El dedo de Dios
Cuando no hay culpables, todos somos culpables
Francisco I
Nada ha dañado a México cómo el dedo de Dios, por decirlo de alguna manera. La corrupción, omisión, abuso de autoridad, tráfico de influencias, peculado, narcotráfico, trata de blancas, pedofilia, y por supuesto la brutal violencia tienen un común denominador: Alguien sintiéndose Dios, con su dedo “bendijo” la llegada al poder a uno de tantos responsables que el país esté en llamas, y con ello la impunidad.
Gracias al dedo, a la bendición de quienes en su momento se sintieron Dios, llegaron al poder gobernadores que no gobiernan, que simulan; médicos que no curan, que enferman, maestros que no enseñan; que forman ignorantes; diputados que no legislan, que roban; fiscales que no procuran justicia, que se venden al mejor postor, y líderes sindicales que no velan a su gente, que los venden, o roban.
La historia tiene su origen desde que el gobernante en turno, designa a su amigo su sucesor; cuando el poderoso de un partido político elige a los que serán sus diputados cómplices; el médico sin ética, sin conocimientos es bendecido por algún poderoso mentor para asista a los nosocomios a terminar de complicar la salud de los pacientes, en aras de la llamada productividad, y así sucesivamente.
Y no se diga de los candidatos a cargos de elección popular, que al ser bendecidos por el dedo de Dios, dedican su tiempo a la socialite, confiados en la bendición recibida que convierten a futuro en un cheque en blanco, sin importar el sentir de la gente que en determinado momento será su responsabilidad velar por su bienestar y seguridad entre otros derechos constitucionales.
Otros casos sintomáticos son aquellos que teniendo la bendición de su compadre, amigo, o familiar encaramado en la cúpula del poder, asume cómo verdad absoluta que puede defraudar al fisco, comprar combustible robado al Estado sin ser castigado, lavar dinero del erario, y por supuesto del narcotráfico, recibir jugosos contratos de obra pública por encima de los competidores menos afortunados, y participan sin temor alguno en actividades otrora exclusivas de la delincuencia organizada.
Después de décadas de casi un siglo en México seguimos buscando culpables del desastre de país en que vivimos, siendo que en realidad culpables somos todos, cómo lo mencionara el papa Francisco I, en su encíclica del 23 de febrero del 2019.
El dedo de aquellos que se sintieron dioses, le partió la madre a México…
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