Los muertos que no importan
Nos batimos más por nuestros intereses
que por nuestros derechos
Napoleón Bonaparte
En la modesta vivienda de láminas, unas cuantas veladoras iluminaban dos pequeños féretros blancos en el que yacían Emilia y Carlos, de tres y cuatro años respectivamente. El llanto y sollozos de Ema, su madre y de algunos vecinos que se solidarizaron con la inconsolable madre se escuchaban hasta el fondo de la barranca.
Ema, entre rezo y rezo gritaba, clamaba, preguntaba al cielo, a su dios, el por qué había permitido que le arrebataran a sus pequeños hijos que su único “pecado” había sido nacer, vivir en el lugar equivocado, pero sobre todo, en un país en el que el gobierno es omiso, y cómplice de los dueños de la vida de todos.
Los niños víctimas de “fuego cruzado” entre civiles armados y que técnicamente el Estado denomina “daños colaterales”, y la impune violencia no solo truncó vidas y sueños de dos niños, de su madre, sino también confirmó que a los tres órdenes de gobierno les vale madre la seguridad y vida de sus ciudadanos.
Mientras gobernantes y políticos ocupados en sus prioridades, de cuando en cuando abren la boca asegurando que se están haciendo cargo de la inseguridad “heredada” de gobiernos anteriores y que sólo es cuestión de tiempo; mientras tanto, el país sigue siendo tierra de nadie.
Ningún país, estado o municipio puede progresar cuando la inseguridad, la violencia y la muerte acechan las 24 horas del día, convirtiendo la vida de los ciudadanos en una interminable pesadilla. No se entienden los festivos y prometedores discursos de la clase gobernante y política cuando el dolor de las víctimas y la sangre fluye como ríos tiñendo de impune rojo el presente y futuro de millones de mexicanos.
Lamentablemente a diferencia de Colombia, cuando la violencia generada por el narco alcanzó niveles de terror, la gente no se rindió, tampoco el gobierno, mucho menos perdieron la capacidad de asombro; en México sucede todo lo contrario, El Estado abandonó a su suerte a los ciudadanos y estos, resignados, comienzan a “acostumbrarse” a mirar sin asombro los muertos que no importan.
El silencio nos convertiría en cómplices…
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