La niña del semáforo y el Estado
En cada niño nace la humanidad
Jacinto Benavente
Esmeralda así la llamaré, en su vida adulta padece los efectos de la ausencia, omisión, valemadrismo a la protección a que tiene derecho del Estado Mexicano, mejor dicho, de los innumerables titulares de sus tres poderes, que han privilegiado sus intereses, de grupo y colectivos, por encima de los derechos, y garantías constitucionales de una niñez que en su gran mayoría ha sobrevivido rehenes de la pobreza, desnutrición, violencia doméstica, familias disfuncionales y abandonada su suerte.
Nació en el seno de una modesta familia, siendo la menor de tres hermanos. Su madre, eterna luchona, siempre acarreando vestido, calzado, medicamentos, y alimentos a su hogar, a pesar de tener un abogado como marido, pero desobligado de sus responsabilidades familiares, que finalmente terminó abandonando a la familia a los pocos años de matrimonio, olvidándose que había “criado” tres hijos y una mujer que fue su fortaleza hasta que decidió huir.
La falta de oportunidad de alimentarse adecuadamente la llevó a un insuficiente desempeño escolar, que se vio obligada a combinar con pequeños mandados, venta de dulces, ets., para complementar su alimentación, y útiles escolares. Sin derecho a la seguridad social, padeció sinnúmero de enfermedades, como su madre y hermanos, a pesar de tener un tío médico en la familia, que ocasionalmente les proporcionaba atención y muestras médicas para superar los padecimientos.
Esmeralda desde los 12 o 13 años todos los días buscaba salir a la calle en busca de amigos, amigas que terminaban llevándola a sus casas, donde no sólo la invitaban a comer, sino lo más importante, encontraba una temporal familia donde sentirse amada y protegida. El abandono paterno pesaba menos mientras estuviera en las casas de sus amigos, siempre consciente que al caer la noche regresaría a ese lugar que llamaban hogar.
A los 17 años bailaba el ula al pie de un semáforo en importante arteria vial del centro de la ciudad, aro que hizo famoso la vedette de origen brasileño en un programa de comedia. Subsistió de esos ingresos hasta que la autoridad del entonces Distrito Federal le prohibió ganarse unos pesos. Sin expectativas para seguir sobreviviendo, y únicamente con la secundaria terminada, se refugió en la práctica del skateboard, (tabla para patinar) y en el consumo de mariguana como la mayoría de los jóvenes de su barrio.
El hastío de esa “vida” le llegó a tiempo; cursó la preparatoria abierta, la concluyó y hasta un curso de inglés en línea, estudios que pagó con trabajos domésticos, mesera, lava platos, venta de accesorios para jóvenes, etc., para finalmente dejar el Distrito Federal. Viajó a un destino turístico dónde sus conocimiento del idioma inglés le permitieron trabajar en hoteles, bares y restaurantes, hasta que llegó la pandemia del Covid 19, cerrándole toda opción laboral y obligándola a subsistir con su modesto fondo de ahorro que terminó a los pocos meses.
Esmeralda a sus veintitantos años, se encuentra varada, angustiada en un destino turístico de playa sin saber qué hacer, después de haber trabajado durante casi 3 años en prestigiados hoteles, además de restaurantes y cafeterías, que cerraron o redujeron sus nóminas a lo máximo ante la pandemia del Covid19 que azotó al país, y que apenas reabrieron sus puertas. Su precaria situación económica le impide la oportunidad ingresar a la universidad para continuar con sus estudios.
Cuando el Estado y sus instituciones procuran, otorgan, y vigilan el cumplimiento del respeto a los derechos y garantías de los niños, producen generaciones de ciudadanos sanos, productivos, informados, capacitados, cultos, con estabilidad mental, emocional que les permite tener certidumbre en su presente, en el futuro, pero lo más importante, ser felices, único objetivo desde que arribamos a esto que llaman vida.
Millones de niñas del semáforo pululan sin futuro…
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