Morena entre la corrupción impunidad y fracaso
A las dictaduras les pasa lo que a las bicicletas; si se paran, se caen Maruja Torres
Para los que hemos vivido más de medio siglo, ingenuamente creímos haber visto todo con la “dictadura perfecta” del PRI, como en su momento definió Mario Vargas Llosa al sistema político priista. En aquellos tiempos nos quejábamos de la ausencia de democracia, de la corrupción de gobernantes y políticos, de las farsas montadas para elegir candidatos, y así sucesivamente. Que lejos estallábamos de imaginar que Morena el partido plagado de priístas superaría y por mucho al viejo sistema del PRI.
Al arribo a la Presidencia de la República del eterno y buen candidato opositor Andrés Manuel López Obrador, todas las cifras en materia de opacidad, corrupción e impunidad fueron rebasadas en unos cuantos meses. La voraces que acompañan al presidente, rápidamente entendieron que para hacerse multimillonarios en poco tiempo había hacerle creer al tabasqueño que él, y nada más él podrías ser el mesías, la reencarnación de Benito Juárez, incluso de Simón Bolivar, que llegó para salvar a México de conservadores, y neoliberales, a los que por cierto la mayoría perteneció.
El presidente entendió que para tener la lealtad de su equipo de vividores, habría que darles carta blanca, en el uso discrecional del erario, sino también, y en la adjudicación de obra pública, rubro que a la fecha representa una erogación más de 9 billones de pesos en sólo 3 años. De igual forma, entendió que el Ejército Mexicanos blindarse ante el golpe de Estado, por lo que convirtió a los altos mandos de la Sedena en empresarios, dotando a la Sedena de miles de millones de pesos. Ya blindado, López Obrador se dedicó en cuerpo y alma a llevar a su familia y colaboradores a una grotesca opulencia.
López Obrador y sus cómplices, la mayoría de extracción priísta y saltimbanquis los menos, desaparecieron, literalmente hablando, cientos de miles de millones de pesos de los fideicomisos, de los 150 mil millones de pesos recaudados en la rifa del avión presidencial, de las obras del Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas, y la terminal camionera Felipe Ángeles, sólo por citar algunos casos. Ante la aviesa y pública corrupción el presidente sonríe y afirma: “No somos iguales”, por lo que se niega a rendir cuentas y cuando es exhibido en sus saqueos al erario, lagrimea, llora y estalla, endosando a sus adversarios una campaña en su contra.
Basta citar que la Auditoría Superior de la Federación detectó y observó en el primer año del gobierno de López Obrador, 100 mil millones de pesos en irregularidades. Aún más, en la Cuenta Pública 2020 realizada por la misma ASF arrojó el hallazgo de irregularidades millonarias en obras y programas clave del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, como el aeropuerto de Santa Lucía, la refinería de Dos Bocas, el Tren Maya y Sembrando Vida, por un monto de 63 mil 10 millones de pesos. Sólo en 2 cuentas públicas desaparecieron 163 mil millones de pesos.
El gobierno de México navega entre la corrupción, impunidad, y el fracaso, producto de un priísmo reeditado y mejorado en esas oprobiosas prácticas. Sin embargo, López Obrador ha hecho público su desdén por la vida humana; mujeres; migrantes; niños con cáncer; desaparecidos, y desplazados por las organizaciones criminales; periodistas, pero sobre todo, antepone el “respeto a los derechos humanos” de sicarios, y capos, que hoy bañan de sangre al país.
Lo peor que le pudo pasar a México, es la llegada de un resentido social a la Presidencia de la República, que siempre envidió los estándares de vida de la gente que sí invierte, y trabaja, mientras él veía que sus hijos y familia subsistían con penurias del producto de sus chantajes al Estado y gobiernos estatales, del financiamiento de visionarios empresarios, gobernadores, y legisladores que entendieron que López Obrador tarde o temprano llegaría al poder, y entonces podrían cobrar sus inversiones con creces.
López Obrador quien se autoproclamó “El imbécil de Palacio”, por un artículo periodístico del columnista Amador Narcia, en el que hizo referencia al coordinador de Protección Civil de Palacio Nacional, y no al presidente, defiende a hijos, hermanos y parientes, ante el inexplicable origen de sus empresas de reciente creación, cuentas bancarias en dólares, mansiones en México y el extranjero, tarjeta de crédito de alta gama, que sin rubor alguno presumen en las redes sociales, mientras 12 millones de ignorantes y fanáticos seguidores del presidente, aseguran que ha sido el mejor de la historia, mientras en sus hogares pasan las de Caín para subsistir. .
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