Poder político milenaria metanfetamina

Todo idealismo frente a la necesidad es un engaño

Friedrich Nietzsche

Antes que fuera descubierta la metanfetamina (C₁₁H₁₅NO), una droga empatógena perteneciente a la familia de las anfetaminas sustituidas, llegó: el poder político. Desde la era cristina hasta nuestra época, a la llegada de la “civilización” partiendo del Imperio Romano, una droga se enquistó en el tejido de la humanidad con una letalidad muy superior a las metanfetaminas, y esta fue el poder político.

Desde el primer día que una persona tiene para si poder político, sin importar la dimensión y alcances del mismo, sufre una severa metamorfosis, comenzando con pequeños desplantes de soberbia en su entorno familiar, social, laboral, etc., para continuar según el mayor grado de poder en autoritarismo, para culminar en episodios de comportamiento violento, o de ansiedad, irritabilidad, confusión, paranoia intensa y alucinaciones.

Las primeras manifestaciones de los efectos del poder, se dan en el círculo familiar, comenzando con incrementar en forma importante el flujo de recursos a la familia, a cambio de no ser molestado. Posteriormente modifica sustancialmente sus hábitos de vestuario, vehículos, joyas, etc., dando paso al nuevo y empoderado personaje, terminando con la multiplicidad de nuevas relaciones extramaritales, que en muchos casos, el  o la cónyuge se desentienden a cambio de no perder su nuevo status.

Posteriormente hacia el exterior, la demagogia, el engaño se convierten en la cucharilla que se utiliza para calentar la droga, previo al uso de la jeringuilla. Ya motivados por la sensación que brinda el poder, salen presurosos a buscar el indispensable complemento para conservar y acrecentar el poder: la gente, sí, ese conglomerado de ciudadanos que cada tres, cada seis años no pierden la esperanza que ahora sí llegará a sus vidas el bienestar, salud, educación y seguridad, etc.

Uno de los síntomas más significativos para la gente que detenta el poder, es la emotiva recepción que en sus lugares de origen les da la gente, que se entrega como a un ser divino; basta les llamen por su nombre, una palmada en el hombro, un abrazo, para hacerlos creer que no son invisibles, como tampoco sus necesidades; tan real es la euforia de los ciudadanos que presumen con imágenes con el o la poderosa se que se sentó a departir el pan y la sal en sus modestos hogares; sólo les falta encenderles una veladora.

Nada es lo que parece, pues en los hechos aquél, aquella, que un día les prometió, y hasta juró que cambiaría sus vidas siempre a cambio sus sufragios en las urnas, incluso se asumieron como mujeres y hombres de fe, terminando las promesas en una cruel fantasía, un sueño, pues al paso de los años, de las décadas, su miseria sigue igual, sino es que peor, mientras aquellos mesías que se atravesaron en sus vidas, cada día viven mejor, en condiciones de explicable riqueza ,y que a la llegada del próximo proceso electoral regresará los mismos a prometerles lo mismo.

El poder intoxica, enferma, mata la esperanza, no sólo de quienes de quienes creyeron en ellos, sino a la familia, a su entrono social, dando paso al personaje que nadie le puede decir que no, quizás sólo su inmediato superior; sus vidas, como las de los que creyeron en ellos se van degradando hasta su mínima expresión. Los familiares del personaje, resignados a que les dedique el tiempo que les quede libre después de sus actividades políticas, y extramaritales, mientras tanto los ciudadanos, regresan a su miserable realidad, que a pesar de sinnúmero de engaños, siempre esperan la nueva elección para adorar a sus verdugos. 

Hoy el poder político amenaza con terminar con la vida…