Un absurdo llamado Zacatecas

El hombre absurdo es el que no cambia nunca 

Georges Clemenceau

Al centro norte del país se ubica Zacatecas, lugar en el que se cultiva y florece la corrupción, donde la mayoría de la gente abraza y aplaude a corruptos y corruptores, además de seguir tratándolos como sus benefactores, cuando en realidad son y han sido sus verdugos. Basta observar las imágenes de la gente de a pie siendo abrazada por quienes han asaltado las arcas públicas, conscientes que la riqueza obtenida no es producto de una actividad legítima actividad, sino por actos de corrupción; la admiración por estos personajes parece ir a la alza a mayor corrupción.

Mientras la violencia azota con crueldad a los zacatecanos, simultáneamente se dan a conocer denuncias contra exfuncionarios presuntos corruptos, dejando a salvo a los autores intelectuales. En cada masacre hay un nuevo anuncio de ferias, fiestas y celebraciones dignas de una novela de Franz Kafka. Aún más, la muerte de los migrantes zacatecanos en San Antonio, Tex., mereció solo un “muy lamentable” por parte del gobierno, e inmediatamente ocultada con repartos de becas y dádivas del gobierno federal, convirtiendo la tragedia en una nueva fiesta para ese pueblo que carece de memoria, que rápidamente olvida y perdona.

“Encomendémonos a Dios” fue la consiga, la instrucción del gobernador ante la cruel violencia que mantiene a Zacatecas en el deshonroso top ten de los estados más violentos y peligrosos de México; a la par funcionarios de seguridad federal y estatales declaran que los delitos van a la baja, mientras fueron ejecutadas 18 personas. Cuando Jerez de García Salinas, la tierra del poeta Ramón López Velarde sucumbe desde muy temprano a manos de sicarios que rafagueraon departamentos e incendiaron viviendas, el alcalde anuncia la “Semana del Migrante” y en la capital la Feria Nacional de Zacatecas, convirtiendo en fiesta la tragedia.

Cuando el alto clero católico hace eco de los reclamos por los asesinatos de dos prelados en Chihuahua, la extorsión a párrocos y los retenes del otro Estado en que se ha convertido la delincuencia, el gobernador sostiene que no se cambiará la estrategia, que seguirán los abrazos y no balazos contra los delincuentes, dejando para otro momento a Dios, al que pidió encomendarse todos los zacatecanos y residentes en el estado; ese mismo día la gente durante una gira al interior del estado víctimas de la violencia lo reciben con muestras de afecto al gobernante y hasta ofrecen alimentos tradicionales, sin importarles que sus coterráneos y familia hayan sufrido la violencia y muerte de la delincuencia.

En Zacatecas lo absurdo lo hacen natural; amar al corrupto, rendir pleitesía a quien no cumple con su obligación de defender a quien debe proteger sus vidas y patrimonios; abrazar aquellos que han llevado a la ruina al estado; aplauden a los que hoy recorren en campaña el estado y el país con cargo a sus impuestos; apoyar a quienes siempre les han mentido y utilizado para fines y proyectos personales, pero lo más absurdo, han convertido en dogma inculcar a su descendencia el amor, agradecimiento y lealtad por sus verdugos. 

Lo absurdo también mata…