El Presidente de Santo Domingo
En opinión de Sergio Negrete Cárdenas.- Un Presidente que haría un gobierno histórico. México tendría a un líder que encabezaría la cuarta transformación. Sería algo tan impresionante como la Independencia, Reforma y Revolución, pero con paz a lo largo de seis años extraordinarios.
Las decenas de millones de pobres podían tener certeza que, ahora sí, el habitante de Palacio Nacional los tendría en su mente todo el tiempo. Toda acción sería pensando en ellos, en sacarlos de esa miseria y postración. Una y otra vez, la contundente frase: “Por el bien de México, primero los pobres”.
El Licenciado había recorrido como nadie los caminos de México, de las grandes avenidas asfaltadas hasta los más deteriorados caminos de terracería llegando a las rancherías más apartadas nunca visitadas por un político de importancia.
Entre esos polvos y tejabanes había hablado y echado unos tacos. Porque era amante de la comida mexicana más popular, un apasionado de encontrar antojitos elaborados sobre un simple comal. Había crecido humilde y sencillo se mantenía, viendo a los pobres con la mirada limpia y de frente, hablándoles derecho.
En esas giras se repetía otra frase sin cesar: “No miente, no roba, no traiciona”. Con esa extraordinaria habilidad para invocar dichos populares, decía que las escaleras se barren de arriba para abajo. Con él en la cúspide del poder político, su ojo avizor estaría puesto sobre sus colaboradores.
Si alguno le salía mano larga, no habría impunidad para ese ladrón. Porque él, y su movimiento, eran diferentes.
En esas giras, incansable, había escuchado al pueblo. Conocía como nadie los problemas que aquejaban a México y para todos tenía una solución sencilla y contundente que cualquier persona que lo escuchara podía entender. Porque el Licenciado destilaba la sabiduría de la gente, sobre todo la pobre y sencilla, y la aterrizaba con su formidable intelecto y antena popular.
¿Crimen? Abrazos, no balazos. Los líderes criminales entenderían que había llegado alguien diferente y que no podían seguir el camino de siempre. Aparte, desfondaría los grupos criminales puesto que ofrecería becas y apoyos a los jóvenes para que estos estudiaran o trabajaran.
Estos ya no estarían tentados de delinquir. Abrazos a los de arriba, apoyos a los de abajo, y listo, se acabó el crimen.
¿Corrupción? El Licenciado no la permitiría a nadie, empezando por su parentela. Ni un peso mal habido había cruzado sus manos, ni cuenta bancaria tenía, ni tarjetas de crédito, ni sabía llenar un cheque. ¿Efectivo? 200 pesos en el bolsillo, nada más. El gobierno tendría de esa forma cientos de miles de millones adicionales gracias a esa honradez combinada con austeridad (republicana, por supuesto).
Tanto dinero que podría construirse con rapidez un sistema de salud extraordinario, con todo (de las más complicadas operaciones a las medicinas) completamente gratuito, como en Dinamarca. Basta de medicinas producidas y repartidas por mafiosos corruptos. Ya se sabe que es tan sencillo como repartir refrescos y papitas.
Aparte habría mucho dinero del petróleo, que un gobierno eficaz y honesto produciría a raudales, mientras que se construía una refinería a toda velocidad. Porque soberanía es no importar gasolina.
¿Los empresarios? Rápido aprenderían a trabajar e invertir de la mano con un gobierno sin trampas o contratos para los cuates. México crecería en promedio 4 por ciento anual en el impresionante sexenio.
Resultó un Presidente tan falso como los títulos que venden en Santo Domingo.
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