¡Justicia!

Un Estado donde queden impunes la insolencia y la libertad de hacerlo todo, termina por hundirse en el abismo 

Sófocles 

Mandatarios de los tres niveles de gobierno, y dirigentes de todos los partidos políticos sin excepción, han adoptado la sordera como blindaje ante el clamor de justicia que sale de miles de tumbas, e improvisadas fosas donde yacen igual número de ciudadanos asesinados y “desaparecidos” por la delincuencia organizada, con el beneplácito del Estado Mexicano. 

Ríos de sangre y terror corren por aquellos senderos donde antes de la llegada de los abrazos, transitaron esfuerzos individuales y colectivos de ciudadanos, gobierno y empresarios para generar progreso a sus comunidades, y empresas, en una ecuación siempre tuteada por el Estado que mantenía el equilibrio necesarios para la gobernabilidad. 

Bastaría estar sólo unos minutos en el lugar donde madres, padres, abuelos, familiares de un asesinado o “desparecido” por la delincuencia organizada para presenciar muertos en vida, que sólo atinan a llorar, a pedir a su Dios dé descanso eterno al alma de su familiar o interceda para dar con el paradero del o sus desparecidos, y clamando justicia, pues el Estado sigue inmune, ciego y sordo.

La impunidad con que actúa la delincuencia ha convertido la vida de miles de mexicanos en un infierno, en una pesadilla de la que suplican, imploran al cielo despertar; desde la llegada del alba, hasta el ocaso la pregunta sin respuesta es ¿Por qué a mí? La violencia solapada por el Estado les han arrancado parte de sus vidas, de su sangre, sin que hayan podido hacer nada para evitarlo. 

La única manera que mandatarios y políticos han llegado a comprender el infierno de miles de mexicanos víctimas de la delincuencia, es hasta que les toca sus familias. Entonces, gritan vociferan, lloran, culpan a todos de su desgracia, una desgracia que a partir de ese momento tendrán que compartir con cientos de miles de familias, cargando en sus espaldas su corresponsabilidad ante su valemadrismo.

La justicia no es una graciosa concesión, es un derecho universal y constitucional, cuando el Estado falla, cuando es omiso, o cómplice. Sin embargo, de poco o nada servirán estas líneas para que los responsables de combatir a la delincuencia cumplan con su responsabilidad de garantizar la seguridad de los ciudadanos, hasta que les toque en sus familias, hasta entonces. 

Ni justicia y gracia, ni justicia a secas, sólo justicia