“La gente le perdona todo porque siente que es el instrumento para vengarse” Segunda y última parte

Los orígenes 


La historia de López Obrador comienza en Tepetitán, un pueblo de menos de mil 500 habitantes en un recodo de un río de Tabasco. Sus abuelos eran campesinos y sus padres tenían una tienda de telas. Los amigos de la infancia recuerdan a un niño que amaba el beisbol y cuyo destino no parecía muy distinto al de ellos. Pero cuando tenía 15 años ocurrió una tragedia que se convertiría en una parábola fundacional de su carrera.


Una tarde, su hermano menor, José Ramón, tomó una pistola e intentó convencer a López Obrador de asustar con ella a un empleado de una zapatería cercana. Según el historiador Enrique Krauze, López Obrador comenzó a discutir con su hermano, tratando de convencerlo de que guardara el arma. Al darle la espalda a su hermano oyó un disparo. José Ramón se había disparado accidentalmente, lesionándose mortalmente.


El candidato no habla mucho sobre el incidente, aparte de reconocer que lo afectó profundamente. Krauze ha sugerido que el incidente dejó a López Obrador con un sentimiento de culpa, que él trata de expiar con un celo casi mesiánico para cambiar el curso de la historia.


Siempre se ha centrado en los pobres y subrepresentados. Cuando era joven, se convirtió en defensor de la población indígena, ayudó a supervisar la construcción de miles de casas rudimentarias y letrinas en poblados rurales y dirigió la redistribución de tierras agrícolas entre los desposeídos de Tabasco. En 1976, se unió a la campaña al Senado de un candidato priista sencillamente porque no había muchas opciones; el PRI mantuvo un dominio absoluto sobre la política nacional ocupando la presidencia desde 1929 hasta 2000. Pronto fue nombrado presidente del comité estatal priista de Tabasco, pero dejó el cargo al cabo de un año. Cuando trató de supervisar el gasto entre los alcaldes locales del PRI, en un esfuerzo inicial para controlar la corrupción política, se resistieron. Según un historiador de Tabasco, Lopez Obrador fue avisado de bajar su tono revolucionario, y le dijeron: “esto no es Cuba”, acusándolo de propagar un socialismo cubano en las aldeas indígenas.


“Hay personas en la historia que no tienen ideología y se adaptan a las circunstancias”, dice Geney Torruco, cronista oficial de la ciudad capital de Tabasco. Tales personas, se apresura a agregar, no tienen casi nada en común con López Obrador. Rodolfo Lara, su profesor de la secundaria, le describe como alguien con creencias izquierdistas que nunca han cambiado, aun si su método de expresarlas ha evolucionado. “Hay madurez en el sentido de que con sus expresiones ya no son tan duras. Invoca el ‘amor y paz,’ cuando lo quieren arrinconar. ¿Pero veo que haya cambio ideológico? Me parece que no”.


En 1988, se unió a una coalición de partidos de izquierda, compitió por la gubernatura y perdió por un amplio margen, lo que no le impidió liderar las protestas alegando fraude electoral.


Perdió una vez más la gubernatura en 1994, y esta vez sus denuncias de fraude tenían más peso, pues hubo evidencia de numerosas discrepancias en las casillas. Dirigió una caravana de protesta desde Tabasco a la Ciudad de México, donde él y sus seguidores tomaron el zócalo de la capital. El plantón finalmente se levantó, no sin antes forzar la renuncia del secretario de Gobernación.


López Obrador era para entonces una presencia en la escena nacional, y una serie de movilizaciones que encabezó contra Pemex hizo que permaneciera en el ojo público. En 1996, la policía trató de terminar con uno de esos bloqueos y Proceso recogió en su portada una imagen de él con la camisa salpicada de sangre, consolidando su reputación como uno de los incitadores sociales más persistentes del país. Desde ese momento, ya estaba definida su imagen de disruptivo; alguien que no cuadra en el modelo tecnócrata que predominó en la administración pública federal desde la presidencia de Carlos Salinas de Gortari.


Ese perfil era justo lo que necesitaba el Partido de la Revolución Democrática (PRD) para relevar y refrescar al popular pero monótono ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas en la Ciudad de México. De esta forma quedó puesta la mesa para la primera (y hasta la fecha, única) victoria electoral del actual candidato de Morena.


En 2000, fue elegido jefe de gobierno de la capital del país. Creó un elenco de programas sociales, incluidas las pensiones mensuales para las personas de la tercera edad e introdujo algunas mejoras a la infraestructura. A pesar del juicio de desafuero, López Obrador dejó su cargo en 2005 con índices de aprobación que rondaban el 80 por ciento. 


Tras perder en las elecciones presidenciales de 2006 ante Felipe Calderón por poco más de medio punto porcentual comenzaría una historia conocida: López Obrador impugnó los resultados, alegando una vez más fraude y graduándose como amenaza política para la élite mexicana.


Algunos de sus seguidores tomaron carreteras de peaje y bloquearon las oficinas de bancos, acusando a las empresas de conspirar con Calderón para negarle el triunfo que le correspondía. Otros lo acompañaron en el plantón en Reforma, mientras el tabasqueño se declaraba presidente legítimo. Esta rebeldía le costó el apoyo de muchos de los que habían votado por él y en su segundo intento por ganar la presidencia, seis años después, quedó casi siete puntos porcentuales debajo de Peña Nieto.


Ya para entonces su reputación ante sus críticos estaba cimentada y se centraba en dos aspectos predominantes: una aparente disposición a derribar cualquier institución que él considerara sesgada en contra de su movimiento político. Y una encarnizada reticencia, sin importar las circunstancias, a darse por vencido.


Sin embargo, hacia finales de 2013, muchos creyeron que el movimiento de López Obrador había llegado a su fin. Sus llamados a rechazar la reforma energética encontraban poco eco, las protestas contra la apertura energética no eran ni una fracción de las marchas que conseguía movilizar el tabasqueño años antes. La reforma constitucional avanzó ese diciembre, mientras el entonces excandidato padecía problemas de salud que lo obligaron a una operación cardiaca de emergencia.


Irónicamente, el tema petrolero, que parecía poner el último clavo en el ataúd del lopezobradurismo, fue lo que lo resucitó al tercer día, o mejor dicho un año después. Mientras en 2014 los legisladores redactaban las leyes secundarias de la apertura energética, y discutían hasta el cansancio cómo distribuir la riqueza esperada, el mercado internacional del crudo comenzaba un desplome que arrastraría el precio de la mezcla mexicana a una quinta parte de la esperada por los políticos.


Del 'Boom' al ‘Crash'


En los humedales de Tabasco, en el sureste de México, agricultores indígenas hacen guardia afuera de los pozos petroleros. No tienen un estatus oficial, pero cualquiera que pretenda hacer negocios allí tiene que pagar para poder pasar.


Por ejemplo, en el pozo 144 en el enorme campo Sen, propiedad de la estatal Pemex, las compañías de servicios señalan que tienen que pagar a dos de esos grupos, que dicen representar a las comunidades locales y terratenientes. En algunas áreas hay hasta 10 y cobran tarifas que pueden llegar a 50 mil pesos al mes para las firmas internacionales más grandes.


No hay muchas otras maneras de que la gente de los ejidos gane dinero con el petróleo. En los cuatro años desde que México abrió su industria energética al mercado global, se han firmado más de 100 contratos de exploración y producción. Pero la promesa de una ola de inversión no se ha cumplido; Pemex y sus contratistas recortaron empleos cuando cayeron los precios del crudo y no los han restituido con el alza actual.


Si alguien quiere conocer por qué las propuestas de López Obrador en materia energética, a pesar de ir a contramano de las tendencias internacionales de la industria, son tan populares con una parte significativa de la población, solo tiene que darse una vuelta por los estados que alguna vez fueron como la Arabia Saudita mexicana.


La desilusión ya es común tanto para Tabasco como su estado vecino Campeche. Hace 40 años el gigantesco campo Cantarell prometía ser la receta para terminar con la pobreza en estos dos precarios estados. Pero ni los cientos de millones de barriles de petróleo producidos por el mayor yacimiento mexicano ni tampoco los esquemas de financiamiento de Pidiregas en los 90 o el boom de precios de la década pasada han producido los cambios anhelados.


Luego llegaría la reforma petrolera tras los cambios constitucionales de 2013 pero aún con todo esto, habitantes como la familia Coronel no lograron salir de la pobreza. Una condición compartida que no ha parado de crecer en estos años: 34.8 por ciento de los tabasqueños eran pobres en 2006, 39.9 por ciento en 2012, y 46.5 por ciento el año pasado, según datos compilados por el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).


“Mucha de nuestra gente está migrando a otros estados o países porque no hay trabajo en el campo. No podemos mantener a nuestros hijos,” afirma Ignacio Coronel, Comisionado Ejidal de Cumuapa II en el campo Samaria. “Nos han abandonado los políticos”.


La última frontera


Una semana después del primer debate, López Obrador regresó a Monterrey a un foro en el Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey, generalmente considerada la mejor escuela de negocios en América Latina. El Tec es la alma máter de muchos de los adversarios de López Obrador dentro de la cúpula empresarial del país. Figurativamente, y en algunos casos literalmente, había ido a hablar con los hijos de esa élite.


Cerca de mil 800 estudiantes se congregaron en un auditorio, donde López Obrador respondió calmo a docenas de preguntas de todo tipo, desde la pena de muerte (se opone), la eutanasia (la apoya) y las pensiones de los expresidentes (la abolirá) hasta la igualdad de género (la respetará). Cuando hizo mención de cómo los llamados poderes fácticos frustraron su primera carrera presidencial, fue recompensado con aplausos. Un exalumno llamado Manuel Toledo hizo en Twitter la siguiente observación: “Como exalumno de dicha institución debo admitirlo, jamás en la vida esperé escuchar a los estudiantes del Tec de Monterrey aplaudir gustosos a AMLO después de afirmar (soberbio como siempre), sobre el 2006: ‘con todo respeto, se robaron la presidencia’”.


Los millones que viven en el empobrecido campo mexicano siguen siendo su base confiable, con los que siempre podrá conectarse con una soltura que le resulta fácil. Pero son los residentes del norte de México, en ciudades como Monterrey, quienes determinarán si este año será distinto a 2006 o 2012.


Cuando concluyó el foro universitario, López Obrador saludó a los estudiantes y luego se puso una playera de los Borregos del Tec. Salió del escenario entre gritos de “Presidente, presidente, presidente”.


Por motivos médicos regresamos el jueves 24 de mayo del 2018.