El eterno engaño de las campañas políticas
Después de 45 días de intenso e innecesario derroche de recursos públicos por parte de los candidatos a cargos de elección popular, puedo asegurar sin temor a equivocarme, que las campañas lejos de transmitir un mensaje de esperanza, de cambio, de una transformación a la precaria realidad del país, siguen siendo más de los mismo, pero con más dinero.
Exactamente las mismas prácticas y discursos de antaño concurren en cada evento de los candidatos, los que sin el mínimo rubor, vergüenza, prometen exactamente lo mismo que sus antecesores, o muchos de ellos que hoy buscan la reelección de la diputación o alcaldía.
Este aferramiento al eterno patrón en el desarrollo de las campañas, obedece fundamentalmente a la perpetuidad en el poder de los candidatos, que les inhibe una visión real de las necesidades de los ciudadanos, y con sus propuestas de campaña, pretenden aparecer como una generosa respuesta a las peticiones de los derechos más elementales de cualquier ciudadanos y contribuyente, como lo son los servicios y obra pública.
Los candidatos torpemente creen que con cumplir con la pavimentación de calles, la construcción de carreteras, escuelas, presas, hospitales, alumbrado público, etc., están cumpliendo con su responsabilidad en el encargo público, se equivocan nada más falso, es su responsabilidad.
El asistencialismo se convierte en eterna herramienta para evitar la solución de los problemas de fondo, pero además, la estrategia ideal del multimillonario negocio que representan más de 60 millones de pobres en el país.
A ello, habrá que agregar la fascinación, la adicción pues, de los candidatos por vivir a costa del erario, que les permite amasar grandes fortunas al amparo del tráfico de influencias, del desvió de recursos, la obtención de ostentosas propiedades, del disfrute de seguridad institucional para ellos y sus familias, etc., que le obliga cada seis, cada tres años a luchar a sangre y fuego por seguir en el poder.
Aún más, con tal de permanecer en el poder, los candidatos se aferran en repetir con terquedad, que cambiarán las condiciones de vida de sus conciudadanos, pero además sacando de la chistera fórmulas mágicas e increíbles que las partes saben que no han funcionado, ni funcionarán.
Brilla por su ausencia ese ingrediente social, humano que hiciera la diferencia, destacando la urgente necesidad de ganar la elección, y seguir posponiendo la transformación del país, como si los millones de ciudadanos hartos del valemadrismo político de quienes gobiernan, seguirán aguantando hasta que ellos decidan que ya es hora.
Hasta el momento, no ha aparecido siquiera un destello de un verdadero compromiso social, de un mensaje que indique un giro de timón ante un país desahuciado ante la primacía de los intereses personales y de grupo sobre los de la sociedad.
Mientras no aparezcan en el escenario hombres y mujeres convencidos, primero, que los cargos de elección popular no son un negocio, sino por el contrario, una gran responsabilidad con quienes han depositado su confianza, este gran país no cambiará…
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